El movimiento es uno de los aspectos más importantes del desarrollo de los primeros años de vida del bebé. Una vez sale del vientre materno desarrolla su movimiento para poder desplazarse mediante el arrastre, seguidamente, a medida que la mielinización neuronal va preparando sus rodillas por el gateo, el cuerpo va adquiriendo la postura cuadrúpeda y finalmente se puede levantar verticalmente en posición erigida quedando libres las manos.
Tras el nacimiento el bebé necesita oportunidad y libertad de movimiento, en consecuencia, necesita retos físicos que le hagan sentir seguro, que lo preparen para desarrollar la convergencia visual que le ayudará más adelante en el proceso de lectura y escritura, la coordinación óculo-manual y la maduración del sistema respiratorio que le facilitará el lenguaje.
Desde el nacimiento, solemos adoptar la posición supina (boca arriba). Los pediatras aconsejan esta postura para prevenir el síndrome de muerte súbita del lactante. A pesar de ser la posición más segura para las horas de descanso, no utilizan prácticamente la musculatura del cuello, es por este motivo que también necesitan adoptar el llamado «tummy time» unos ratos al día donde están en posición «prona» (barriga abajo). Los ayuda a aumentar el control de la cabeza y reforzar la musculatura del cuello, hombros, espalda y brazos. Lo podemos llevar a cabo desde el primer día de la vida del bebé, en un momento que esté completamente despierto y en una superficie no especialmente blanda, idealmente un tatami o colchón rígido. Es importante que tengan la compañía del adulto para ayudar a la estimulación, diciéndole cosas u ofreciendo objetos para que por sí solo vaya trabajando estos movimientos y fortaleciendo su musculatura.
Debemos permitir que el niño pueda ir desarrollándose de manera natural y siguiendo su propio proceso, sin querer acelerar ninguna etapa. Por todo ello, es importante que el niño pase por las etapas de volteo, arrastre y gateo. La idea central es que el niño experimente estas tres etapas motrices y solo puede conseguirlo a través de la libertad de movimiento, por eso es aconsejable que el niño pueda moverse sin restricciones en un ambiente preparado. Esto implica evitar el uso prolongado de hamacas, envoltorios de mantas que puedan impedir la movilidad de las extremidades, parques infantiles, cunas de barrotes, columpios o andadores. Todos estos elementos tienen en común la falta de acceso libre por parte del niño. No puede exceder a él o bien dejar de hacer uso de manera libre, si no, que necesita la intervención del adulto.
En definitiva, superada la última etapa, cuando el niño ya camina, la libertad de movimiento le permite una gran separación e independencia respecto al adulto. Ya se puede mover y desplazar objetos de un lugar a otro, se da cuenta de que él también puede cambiar su ambiente, de modo que, cuando le ofrecemos la oportunidad de moverse libremente y observar el ambiente que le rodea, queda tan fascinado y concentrado en el entorno que incluso olvida durante ratos necesidades tan básicas como el alimento y el sueño.
«Intentar enseñar a un niño cosas que puede aprender por sí mismo no sólo es inútil, sino también perjudicial.»
Emmi Pikler